Era en Belén y era de noche, buena noche

sábado, 24 de diciembre de 2011


Era en Belén y era Noche, buena la noche. Apenas ni la puerta crujió cuando entrara. Era una mujer seca, harapienta y oscura con la frente de arrugas y la espalda curvada. Venía sucia de barro, de polvo de caminos. La iluminó la luna y no tenía sombra. Tembló María al verla; la mula no, ni el buey rumiando paja y heno igual que si tal cosa. Tenía los cabellos largos color ceniza, color de mucho tiempo, color de viento antiguo; en sus ojos se abría la primera mirada y cada paso era tan lento como un siglo. Temió María al verla acercarse a la cuna. En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría?... Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente y le ofreció la cosa que llevaba escondida. La Virgen asombrada, la vio al fin levantarse. ¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa! El Niño la miraba. También la mula. El buey mirábala y rumiaba igual que si tal cosa. Era en Belén y era Noche buena la noche. Apenas ni la puerta crujió cuando se iba. María al conocerla gritó y la llamó ¡Madre! Eva miró a la Virgen y la llamó ¡Bendita! ¡Qué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella! Afuera aún era pura, dura la nieve fría. Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía teniendo entre sus dedos niños, la manzana mordida. 

(Villancico Teológico, de Antonio Murciano, 1929)

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