Sufres y, sin embargo, tu deber es esperar

martes, 13 de diciembre de 2011


Sufres y, sin embargo, tu deber es esperar. Tu deber de hombre. Cristo ha bajado a la tierra por ti. Por ti más que por cualquier otro, porque tú sufres más que cualquier otro. El ángel no espera nada, porque goza de su alegría y Dios le ha dado todo por adelantado y la piedra tampoco espera, porque vive estúpidamente en un presente perpetuo. Pero cuando Dios dio forma a la naturaleza del hombre fundió juntas la esperanza y la preocupación. Porque el hombre, ¿sabes?, es siempre mucho más de lo que es. Ves a este hombre, apesadumbrado por su carne, enraizado en su sitio por sus dos grandes pies y dices, extendiendo la mano para tocarle: está aquí. Y no es verdad: esté donde esté un hombre, Barioná, está siempre en otra parte. En otra parte más allá de las cimas violetas que ves desde aquí, en Jerusalén; en Roma, más allá de este día helado, mañana. Y todos éstos que te rodean hace tiempo que no están aquí: están en Belén, en un establo, alrededor del pequeño cuerpo caliente de un niño. Y todo ese porvenir del que el hombre está amasado, todas las cimas, todos los horizontes violetas, todas las ciudades maravillosas que le deslumbran sin haber puesto nunca en ellas los pies, todo eso, es la Esperanza. La Esperanza. Mira a los prisioneros que están ante ti, que viven en el barro y el frío. ¿Sabes lo que verías si pudieses adentrarte en su alma? Las colinas y los dulces meandros de un río. Y viñas, y el sol del sur. Sus viñas y su sol. Es allí donde están. Y las viñas doradas de septiembre, para un prisionero aterido de frío y cubierto de piojos son las Esperanza. La Esperanza es lo mejor de ellos mismos. Y tú quieres privarles de sus viñas y de sus campos y del brillo de las colinas lejanas, tú no quieres dejarles más que el barro y las pulgas y las chinches, tú quieres darles el presente desorientado de la bestia. Porque ésa es tu desesperanza: rumiar el instante fugaz, mirarte el ombligo con una mirada rencorosa y estúpida, arrancar de tu tiempo el futuro y encerrarlo en un círculo alrededor del presente. Entonces ya no serás un hombre, Barioná. No serás más que una piedra dura y negra en el camino. Las caravanas pasan por ese camino, pero la piedra permanece, sola y rígida, como un mojón en su resentimiento.

Jean Paul Sartre, Barioná, el hijo del trueno.
(obra escrita y representada en un campo de concentración)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, francamente genial. Sólo un genio puede describir así la Esperanza, con lo difícil que es de explicar!!!
Gracias, seguimos conspirando!

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.