Espera del Señor

jueves, 15 de diciembre de 2011

“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, mientras esperamos tu venida gloriosa”. En el corazón de la celebración eucarística, estas palabras recuerdan al cristiano un elemento constitutivo de la identidad de su fe: la espera de la venida del Señor. “Cristiano -ha escrito el cardenal Newman- es aquel que espera a Cristo”.

En estos tiempos de “prisas”, de eficacia y de productividad, en los que también los cristianos parecen con frecuencia condenados al activismo, hablar de “espera” puede acarrear la impopularidad y la incomprensión total. De hecho, para muchos “espera” es sinónimo de pasividad e inercia, de evasión e irresponsabilidad. En realidad, el cristiano, que no se define simplemente por aquello que hace, sino por su relación con Cristo, sabe que el Cristo al que él ama y en el que pone su confianza es el Cristo que ha venido, que viene en el hoy y que vendrá en la gloria. Por consiguiente, el cristiano no tiene ante sí la nada o el vacío, sino una esperanza cierta, un futuro orientado por la promesa del Señor: “Sí, estoy a punto de llegar” (Ap 22,20). A partir de la etimología latina (ad-téndere), esperar indica “tensión hacia”, una “atención dirigida a”, un movimiento centrífugo del espíritu en dirección a otro, a un futuro. Podríamos decir que la espera es una acción, pero una acción no cerrada en el hoy, sino que obra sobre el futuro. La Carta segunda de Pedro expresa esta dimensión afirmando que los cristianos, mediante su espera, aceleran la venida del día del Señor.

La propia visión cristiana del tiempo hace del creyente “un hombre que tiene esperanza”, “que espera a Cristo”, que es definido no sólo por su pasado, sino también por el futuro y por aquello que Cristo realizará en ese futuro. Esta visión debería ser un testimonio inestimable (tal vez un contratestimonio) para el mundo actual, dominado por una concepción del tiempo como algo vacío que evoluciona en un continuum que excluye toda espera esencial y general un fatalismo y una incapacidad para la espera típicos del hombre moderno. Por tanto, prescinder de esta dimensión significa no sólo recortar el alcance de la fe, sino también privar al mundo de un testimonio de esperanza que tiene derecho a recibir de los cristianos. El hombre es también espera; si se menosprecia esta dimensión antropológica esencial, que afirma que el hombre es un ser inacabado, entonces el peligro de la idolatría acecha a la puerta, y la idolatría es siempre autosuficiencia del presente. En cambio, la venida del Señor impone al cristiano la espera de lo que está por venir y la paciencia respecto a aquello que no sabe cuándo llegará. La paciencia es el arte de vivir lo incompleto, de vivir la parcialidad y la fragmentación del presente sin desesperarse. No es sólo la capacidad de sostener el tiempo, de permanecer en el tiempo, de perseverar, sino también de sostener a los demás, de soportarlos, es decir, de asumirlos con sus limitaciones y de sobrellevarlos. Con todo, es la espera del Señor, el ardiente deseo de su venida, lo que puede formar hombres y mujeres dotados de paciencia ante el tiempo y ante los demás.

En todo lo anterior se aprecia cómo la espera paciente es signo de fuerza y de solidez, de estabilidad y de convicción, no de debilidad; es, de forma especial, la actitud que revela un amor profundo al Señor y a los demás hombres, pues “el amor es paciente”. Movida por el amor, la espera se convierte en deseo, deseo del encuentro con el Señor.

Más todavía, la espera del Señor conduce al cristiano a disciplinar su propio deseo, a aprender a desear, a interponer cierta distancia entre sí y los objetos deseados, a pasar de una actitud de consumo a otra de compartición y de comunión, a una actitud eucarística.

La espera del Señor general en el creyente ante todo la gratitud, la acción de gracias y la dilatación del corazón, que se une y presta voz ala espera de toda la creación: “la creación espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios...y nutre la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción”. Es toda la creación la que espera los cielos nuevos y la tierra nueva, la que espera ser transfigurada, la que espera el Reino. La espera de la venida del Señor por los cristianos se convierte así en invocación de salvación universal, expresión de una fe cósmica que sufre con todo ser humano y con toda criatura. Mas si éstos son los valores de la espera del Señor, si ésta es una responsabilidad propia de los cristianos, debemos dejarnos interpelar por aquella llamada cordial y provocadora que en su tiempo dirigió Teilhard de Chardin: “Cristianos, vosotros que después de Israel habéis recibido el encargo de mantener siempre viva la llama ardiente del deseo, ¿qué habéis hecho de la espera?”.

Enzo Bianchi, Palabras de la vida interior.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente articulo, en general me gusta todo lo que han escrito en el blog. Hay que darle nuevamente el verdadero sentido a la Navidad

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